domingo, 11 de diciembre de 2011

La vuelta a San Andrés /// Final: El día de San Andrés

IM MEMORIAM   de Dª Chana Cabrera Rodríguez
           ¡Por fin llego el día de San Andrés!
            Aquella noche de vísperas, me costó bastante conciliar el sueño pensando en que pasaría cuando apareciese de nuevo en San Andrés. Daba vueltas en la cama nervioso, imaginándome situaciones variadas. Unas veces, de una acogida satisfactoria y las mas de las veces, temeroso de un posible rechazo por parte de la gente que me encontrara. Esos pensamientos me producían desasosiego, manteniéndome despierto, bien entrada la madrugada, hasta que el sueño acabó por vencerme.
           Me levanté temprano y me di una buena ducha para despejarme del sueño que aún me adormilaba, continuando con el acicalamiento habitual de afeitado, perfumado “encorbatado “y trajeado como la situación requería. 
          Durante todo el tiempo de estancia en Villa Cisneros y el resto de vacaciones, usaba ropa veraniega e informal, pero, para un día tan especial como el de hoy, me había traído, expresamente, un traje ligero de alpaca pensando que, la temperatura de Canarias, no era para traje de invierno.  
          Calle Castillo abajo, me dirigí hacia el Casino, donde desayuné, continuando hacia la parada de las guaguas de San Andrés. Subí en la primera que salió y como siempre, intentando reconocer a alguien, pero sin obtener ningún resultado.
           Las guaguas era una de las cosas que había mejorado bastante desde que me fuí. Eran más grandes, de estructura más solida, aspecto más moderno, cómodas  y rápidas, no tenían nada que ver con la vetustez de las antiguas.
                 Esta reflexión me trae al recuerdo una tarde jugando con Manolito y Luisita, hijos de dña. Chana, Mercedita Yánez Marrero y yo en el murito de la playa cuando decidimos ir a un garaje del padre de Mercedes, propietario del servicio de Transportes de San Andrés, donde guardaban guaguas para reparar. Este hangar estaba en la calle del murito donde empezaba la calle La Cruz en el lado derecho. En más de una ocasión íbamos a jugar allí, montándonos en las guaguas que en aquel momento había, manejando con el volante y las marchas como si fuéramos avezados conductores. No sé porqué era tan fácil entrar en aquel hangar, pero no tenía dificultades introducirse allí.
        Entramos tan fácilmente como en otras tantas veces y nos subimos a un par de guaguas manejando con el volante, las marchas, luces e incluso sonábamos la bocina. En uno de los momentos del juego, Mercedita comentó que su padre había comprado una nueva guagua llamada Mercedes y yo, inocente de mí, desconocedor de marcas de vehículos y ajeno a lo que se refería, le pregunté ingenuamente:-- ¡Qué bien! ¿Le ha puesto tu nombre?— pensando en un bautizo como se hacía con los barcos. Mercedita me aclaró que no la llamaban Mercedes por honor a ella, sino porque era una guagua alemana de motor Mercedes, iniciándose con ella, la modernización de la flota de los transportes de San Andrés. Pocos días después estrené, en un viaje a Santa Cruz, la primera guagua que hizo el recorrido San Andrés-Santa Cruz de la fábrica Mercedes Benz, pero para mí, siempre fue la guagua de Mercedita.
        
           Este segundo trayecto a San Andrés no estaba exento de la emoción y nerviosismo del primero, más bien  se incrementaba  ante la perspectiva de mi encuentro con el Santo, la misa, procesión, mis años de monaguillo, los cohetes, turrones, el ambiente festivo y sobre todo, con la gente del pueblo  y amigos que recordaba de mi niñez.
         Cuando llegué a San Andrés subí acelerado la calle Belza hacia la iglesia pues llegaba con el tiempo justo para la Misa. Apenas si me fijé en el ambiente de fiesta pero tampoco vi nada especial a como yo recordaba los adornos y los tenderetes de la plaza y calles adyacentes.
           La Iglesia estaba, como acostumbraba en ese día, llena hasta la puerta. Como pude, me fui introduciendo hasta quedar debajo del coro rodeado de gentes conocidas, pero para ellos, yo era un forastero más de los que venían de los barrios vecinos a la celebración del Santo Pescador.
           Hice un repaso con la mirada al interior del templo comprobando que todo estaba igual a como lo dejé. Los camerinos laterales con el Cristo crucificado, San Juan y la Magdalena protegidos por un cristal, en el lado izquierdo; la Dolorosa en frente, y creo recordar que el Cristo Yacente estaba en una urna de cristal al pie de la Virgen. Los cuadros de la Purísima y el Arcángel San Gabriel con las Ánimas del Purgatorio. Pasada la puerta del Baptisterio aun existía una hornacina con una preciosa Virgen del Carmen sobre un estrecho altar y un estrecho escalón. Frente a ella, después del púlpito la hornacina y estructura, reflejo de la otra, conteniendo una bella imagen de la Virgen María. San Andrés en sus andas cubierto por el baldaquino de madera torneada y pintada de blanco adornado con flores, esperaba a un lado del espacio que, subiendo un escalón, conducía a la sacristía y al altar repujado plateado donde el sacerdote iniciaba, en ese momento, la Misa solemne.
          Nada más el sacerdote pronunció el <”Introibo ad altare Dei”>, los primeros sones del órgano hizo vibrar mi espíritu y mi corazón avivó los sentimientos y recuerdos que hasta ese momento estaban inquietamente expectantes. Sentí un gran deseo de subir al coro pero me contuve de momento hasta que, al iniciarse el canto de los Kiries de la misa de Pio X, ya no pude contener mi pasividad sintiendo, a la vez de un cosquilleo en el estómago, como mis ojos se volvían vidriosos y antes de llegar a mayor conmoción, inmediatamente saqué mi pañuelo simulando un golpe de tos y un sonado de nariz.
         Solicitando paso, me fui acercando a la escalera de subida al coro y suavemente subí, peldaño a peldaño, sin hacer ruido, mientras las voces femeninas del coro cantaban el inicio del Gloria.
          Seis o siete chicas componían el grupo de las cantantes y al órgano ¿quién podía estar al órgano? Me acerqué lentamente al grupo colocándome detrás de ellas sin que se dieran cuenta y entre los espacios que las separaba pude entrever la figura menuda y vivaz que enérgicamente tocaba y dirigía de Dña. Chana, tía Chana como la llamaba_ mos en casa. Me acerqué al grupo sigilosamente y comencé a cantar la parte del Gloria, que aún seguía, haciendo la segunda voz. ---“Dómine Deus, Rex celéstis, Deus Pater omnípotens….”---
           Al escuchar una voz masculina, alguna de las chicas se volvieron y la misma doña Chana volvió la cabeza sin dejar de tocar el órgano, me miró y continuó como si nada  pero… un momento después, como si hubiera tenido una revelación, entre tocando y dejando de tocar, se abalanzó hacia mí con un --”¡Mi niño! ¿qué haces tú aquí?”--- dándome fuertes besos, interrumpiendo, por unos segundos, la melodía del órgano, mientras las voces cantaban unos compases “a capella”- Volvió a sentarse al órgano continuando el toque y el cántico, con una mano en el teclado y la otra agarrada fuertemente a la mía…Para mí fue un momento, más que emocionante… ¡sublime! Nunca lo olvidaré y en estos momentos que lo escribo, me invade una gran emoción al recordar tan efusivo y expresivo reencuentro.
             Una vez acabado el cántico, Tía Chana volvió a abrazarme y besarme sin dejar de decir--¡Jesús, Jesús, Jesús, Luisito.  Qué alegría, mi niño, ¡qué grande y que guapo estás!--- para a continuación ametrallarme con ráfagas de preguntas que no me daba tiempo de contestar mientras volvía al órgano siguiendo la liturgia de la misa acompañándolas con los cantos a los que me uní, pues conocía   perfectamente todas las partes cantadas: Credo, Sanctus, Agnus Dei, así como las respuestas a las oraciones del sacerdote oficiante ya que, durante algunos años, aquí, precisamente en esta iglesia, los aprendí.
            Las chicas que cantaban en el coro, a información de dña. Chana, me identificaron y también me preguntaban por mis hermanos: yo no las recordaba en principio, pero a medida que me decían de que familia eran, iba situándolas en mi recuerdos, pero en mi estado emotivo y nervioso no sabía a dónde acudir. De todas, creo recordar una Amador Acuña, no sé si era Mari Paz o una hermana, que vivía frente al molino de gofio en un pequeño patio-callejón. Pido excusas si me confundo.
             Acabada la solemne misa, bajamos del coro y ya en la escalinata de la iglesia con tia Chana enganchada a mi brazo, fui saludando a Antonio el “Alemán”, a Santiago “el Palmero” ,(el guardia que me orientó en Santa Cruz, confesándome su mosqueo  pensando que le recordaba alguien conocido),  Bernabé,  Nicasio, Elena y su hermana Rosario, Pepito y Nino Ramos, Angelina y Olga Baute, hermanas de mi cuñado Arturo con sus respectivos novios y a cada paso, se iban sumando gentes que me eran conocidos pero no recordaba sus nombres, conociéndolos  más por sus apodos,  pero no me atrevía a llamarlos por ellos por temor a  molestarles.
             Tuve una avalancha de saludos, de estrechamientos de manos, golpes amistosos en la espalda, algún que otro abrazo. Algunos me preguntaban si era Panchín y una gran mayoría me reconocían mas, por mi apellido Torti y por el resto de mi familia, (Falito, Antonio, al que todos conocían por “El Torti”, Finita, Carmen, Manola y sobre todo a mis padres), que por mi propia persona pues, cuando yo vivía en San Andrés, era un “chibirringo” al que solo las personas más próximas a mi familia podrían recordarse. Salvo los niños amigos de infancia, y aún estos, tendrían difícil identificarme igual que, posiblemente, yo tampoco los conocería a ellos porque también estarían muy cambiados físicamente, pero a apenas vi a ninguno, bien porque ya no vivían aquí, o porque no se atrevían a acercarse, conformándose con verme en la distancia. Además, con la vorágine de saludos, era tal mi confusión, nervios y desconcierto que apenas si tenía tiempo de percatarme quien me saludaba.   
   Con la salida y el acompañamiento de la procesión,   me llamó la tención observar que una gran banda de música, muy bien uniformada y compuesta por numerosos jóvenes músicos acompañaban durante todo el recorrido, con melodiosas marchas  procesionales, el paso del Santo por las calles del pueblo. Me satisfizo la buena iniciativa y la prosperidad de la Comisión de Festejos para contratar una banda tan numerosa, posiblemente traída de Arafo, como
Foto del álbum de la Banda Musical Amigos del Arte de San Andrés
los seis o siete músicos de la misma localidad, que venían  en mis años infantiles. Esta banda realmente realzaba la procesión dándole aun más solemnidad y categoría al acto. Más tarde, ante un comentario al respecto, Dª Chana me aclaró que  la banda pertenecía al pueblo y estaba formada por chicos de San Andrés, ya con gran  prestigio en la isla,  donde era solicitada,  con el nombre de Banda de Música Amigos  del Arte de San Andrés, para conciertos, procesiones, festejos y toda clase de eventos. Ella, tan amante de la música, se sentía muy orgullosa de su existencia; orgullo, que compartí.
               A lo largo del trayecto, reviví muchos momentos de mi infancia donde me era muy difícil mantener la entereza de mi ánimo y de mis sentimientos.
              Aprovechando el paso por las calles del pueblo, según a quien veía, a veces me acercaba a saludarlas o simplemente me sentía compensado el ver a personas conocidas, aunque no recordara sus nombres, y notaba como también me miraban, con curiosidad y supongo que con simpatía, las que ya sabían quién era yo.
           Fue especialmente emotivo, al pasar por delante de mi casa, el acercarme a saludar a Juana La Muerte y darme a conocer explicándole mi saludo de unos días antes. La anciana Juana me abrazó fuertemente y con besos muy sonoros y continuos, me hizo saltar las lágrimas Foto cedida por Salmonete de San Andrés  ; lágrimas, que también ella compartía.
           Hice otro tanto con Madre Concha y su hija Pepa, con Quica, Carmen Vivas, Lucía Morales y no sé cuantas más, pues dado mi estado de ánimo, con tantas emociones, preguntas, besos, etc. iba como en una nube, algo aturdido, pero con una enorme satisfacción al ver mi sueño realizado y volver a estar cerca de aquellas personas y lugares con los que conviví buena parte de mi niñez.
           La procesión llegaba a su fin entre la traca final de entrada de nuevo al templo, la banda tocando el himno nacional y mi conmovida despedida al Santo que un día pensé, rogó a Dios porque me fuera del pueblo antes de cometer alguna otra “desgracia” como en mis tiempo de monaguillo. (Léase en el blog “Recuerdos de San Andrés, el final de los capítulos “Los foguetes”--- Febrero 2011 y “La procesión” –Marzo 2011).
             Me reuní de nuevo con tía Chana pues, durante el recorrido procesional, me aparté en varias ocasiones para acercarme a saludar a alguien, pero previamente, le había prometido, casi me obligó aceptar, el ir a comer a su casa, a la vez que saludar a D. Manolo Rodríguez, postrado en cama por una fuerte bronquitis.
             Enganchada a mi brazo, bajamos entre los tenderetes de la Plaza y el principio de calle Belza, para girar en la esquina de la barbería de Alfonso el Peinador, a la calle Sacramento y coger la del Horno hasta la casa donde estaba teléfono,-telégrafos llevada por la sra. Fernanda. Frente, la casa de la familia apodada “Pasos Largos“ y pasada la calle Carabela, a la izquierda, estaba la de Dª Chana que era un poco como la mía.
               La casa había sufrido algunas transformaciones como consecuencia del crecimiento de Manolito y Luisita, hijos del matrimonio, quedando más espacio en la planta baja al edificar, sobre la amplia azotea, un nuevo piso donde se ubicaron las habitaciones de los niños hasta que, para formar su propia familia, volaron del nido.
              D. Manuel se incorporó para darme un par de besos mientras con su voz de un tono y acento muy particular que recordaba con frecuencia e incluso la imitaba, me decía --Luisito, mi niño. ¿Cómo está Dª María y D, José, Carmencita, … ? –nombrándome, uno a uno, a toda la familia.
               Sentado al borde de la cama, le fui contando cosas de la familia mientras tía Chana se encargaba de darle su comida para luego comer nosotros. Recordaba durante la charla a D. Manuel cuando, con su caballo, regresaba de la quinta que tenía en el valle de Las Huertas, unos dos o tres kms. más arriba de Los Torales, al atardecer, calle abajo, con su sombrero,  su piel tostada, alto, enjuto, con el pelo ya canoso   y andando con paso  firme agarrando las riendas  de la caballería, haciendo notar su paso al oir el golpeteo de los cascos sobre los duros callaos del empedrado, quitándose el sombrero para saludar acompañado de un ¡buenas tardes! con su  personal vozarrón.
                  Durante nuestra comida me contó que Manolo estaba casado y se instaló, según creo recordar, en Granadilla de Abona en el ayuntamiento o algo similar. En cuanto a Luisita también se casó y vivía en Venezuela, siendo ya madre de un par de hijos
                  Hablamos de tiempos pasados en los que ambas familias compartimos buenos y malos momentos y… en un arrebato inesperado, muy propio de tía Chana, me cogió de la mano y me llevó hasta el lugar entrañable de la casa donde siempre había estado un viejo piano de pared. Se sentó en el taburete y mirándome a los ojos, puso sus finas manos sobre el venerable teclado ya de marfil amarillento y envejecido, empezando a desgranar las notas de antiguas melodías, que nos traían dulces recuerdos, a la vez que las cantaba, uniéndome a su canto, como tantas veces muchos años atrás, habíamos compartido con mis hermanos.
         La sesión llegó a su momento álgido cuando entre esas canciones, había una de especial significado para mi familia. Se trataba del pasodoble “Cielo Andaluz” al que tía Chana le había compuesto una letra especial para cantársela, en la Península, a la familia de mi padre (mi abuela, tíos, etc.) que iríamos a visitar  en unas vacaciones para  que conocieran a mi hermano Andrés (Panchín) y a mí que éramos los más pequeños.            Dª Chana comenzó a cantar: 
          --“Estando en Canarias sin ver nuestra tierra-
           --lejos de la familia …… “---- Luego, en el estribillo:
           --“¡Ay Santa Cruz! el de las cruces en Mayo
           -- donde se come gofio amasado a diario
            --- ¡Ay Santa Cruz! Tierra querida por mi….” ----,
             En algunos momentos, se interrumpía ahogada su voz en nostálgicos sollozos, a los que, tampoco yo, podía soslayar.
            Con fuerte emoción acabamos la canción y ya más calmados, le pedí a Dª Chana tocara “Sueño de Amor” de Franz Liszt, acabando el recital con la “Barcarola” de Offenbach.
             Con la tristeza que siempre comportan las despedidas, dije adiós a don Manuel y a tía Chana, agradeciéndole su cariñosa acogida y salí  cargado de besos, recuerdos para toda la familia y henchido de música, roto por las emociones, pero colmado de satisfacción.
              20 años más tarde, volvimos a reunirnos toda mi familia, menos mis padres ya fallecidos, con D Manuel Rodríguez  y Doña Chana  Cabrera Rodríguez en San Andrés, celebrando una Misa en honor del Santo y por todos nuestros seres queridos fallecidos.
              Ya era anochecido y se acercaba el momento de volver, pero no quería irme sin antes pasar por La Sociedad donde se estaría celebrando el baile pero, en esta ocasión,  no lo vería ni oiría desde la puerta, ahora, entraría dentro.
              Como siempre, el baile estaba animado e igualmente volví a encontrarme con gentes conocidas, pero ya me sentía tan cansado que, al poco rato, de forma discreta me fui aproximando a la puerta hasta salir a La Muralla y respirar el aire fresco de la noche desintoxicándome de la cargada atmósfera del interior.
               Prescindí de volver a entrar, tomando la decisión de regresar a Santa Cruz pues había sido un día agotador, sentimentalmente hablando, y al día siguiente, a media mañana, volaría hacia la península para reincorporarme de nuevo a la monotonía de la vida habitual.
                Caminé despacio Muralla abajo, hacia el Castillo, para salir al murito hacia la parada de la guagua.  No sé si era el frescor húmedo nocturno o porque estaba próxima mi partida, pero sentía un leve escalofrío que me obligó a acelerar el paso, pero ni aún así, podía reprimir la sensación de espeluzno que, al subir en la guagua, se agudizó con un pellizco de congoja en el pecho.
Foto: Andrés Afonso.                                        La guagua subía lentamente la pequeña pendiente hacia la Rambla enfilándose hacia La Muralla Grande, mientras por la ventana, veía alejarse el Muellito y las siluetas de los edificios escasamente iluminados.
             Poco antes de girar la primera curva donde dejaría de ver  a mi pueblo, lo retuve a través de mis retinas humedecidas y… no le dije ¡Adiós! a mi San Andrés querido, sino que me lo llevé en mi corazón, una vez más, como en la primera vez, ….¡¡para siempre!!

        ……” veía alejarse el Muellito y las siluetas de los edificios……”
 
                Foto: Salmonete de S. Andrés                             Foto: Andrés Melián
                                                                          

L. Torti
                                     
                        30 Noviembre 2011—Festividad de San Andrés Apóstol















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