domingo, 6 de marzo de 2011

Continuación : Fiestas patronales

Durante los días que duraban las fiestas, todas las “perras” que tenias ahorradas o podías conseguir “sableando” a los padres  y hermanos mayores  con las mismas escaseces que tu, eran pocas .  Uno de los métodos por lo que podías obtener algunas monedas  extras, era recurrir a los padrinos, tanto de bautismo como de confirmación. En aquellos años, había una respetuosa  y “rentable” costumbre consistente en,  cuando un ahijado veía a su padrino de bautismo  o confirmación, corría hacia él con el saludo: --¡¡Padrino, la bendición!!---El padrino, muy complacido, le extendía su mano derecha, donde el niño apadrinado, depositaba un cariñoso e” interesado” ósculo,   vigilando esperanzado,  el movimiento de su mano por si se  la echaba al bolsillo,  sacándola después, con algunas monedas. No siempre tenía  feliz resultado el encuentro porque, también los padrinos, iban escasos, pero en las fiestas y algún domingo, solía caer algo. En ese aspecto, yo  no podía recoger nada, pues mi padrino de bautismo era un tío mío que vivía en la península y el de confirmación  era Manolo Yánes, que por entonces,  personalmente, tenia más voluntad que otra cosa.
                    Otra manera de obtener algo más de dinero  para disfrutarlo durante las fiestas  o en cualquier época del año, llevaba, para conseguirlo, un largo periodo de tiempo no exento de paciencia y algún  pequeño esfuerzo.

                   Dos o tres veces al año se dejaba caer por las calles del pueblo un señor, que por todo equipo, llevaba un gran saco de  yute en el que iba metiendo todos los cacharros viejos y menos viejos, que la gente vendía para recoger algunas pesetas  con qué  paliar alguna necesidad. Era el clásico chatarrero al que todos conocían por “el hombre del saco “ con quien nos asustaba nuestras madres pero, el buen hombre, era incapaz de matar una mosca, eso si, te escamoteaba una peseta siempre que podía, bien en el peso, o en la calidad de  los materiales que le vendías.
               Como era habitual en aquellos difíciles  años, todo escaseaba en nuestro pais a raíz de la guerra y el posterior  boicot impuesto por el resto de naciones. Escaseaba la carne, el trigo, el pan era racionado y negro, la leche, mantequilla, el café era de malta o cebada tostada, el azúcar era “moreno”, en fin, la lista sería interminable y lo poco que había , casi todo, era de “estraperlo” y caro….. hasta el aceite de oliva escaseaba, porque la mayor parte de la producción se vendía al extranjero, pues era lo único que España podía exportar,. También  había déficit de  metales, sobre todo, el cobre y el latón,  por los  que se pagaban buen precio todo lo que fuera de esos metales. Esta circunstancia propició una forma de conseguir unas ”perras” para chucherías y para los tenderetes de las fiestas.
                Como si de un juego se tratara, los chiquillos recogíamos del suelo todo lo que pudiera ser de cobre o latón y lo guardábamos en una lata hasta que viniera de nuevo el chatarrero. Según la cantidad que tenias acumulada lo vendías o esperabas a su siguiente paso por el pueblo . Recuerdo que después de cada bajada tumultuosa del barranco y de fuertes temporales, una de las diversiones de los  críos era --¿Vamos a coger metales? Y nos recorríamos los dos barrancos, el Cercado  y el que ahora le dicen de” las Huertas” y nosotros decíamos del Turco, la Batería o el pozo “Pilatos” (hoy Pilario, que seguro es lo correcto),de arriba abajo, rebuscando entre las piedras y arena que las aguas habían dejado al descubierto, trozos de alambres ,latas,  tornillos o cualquier trozo metálico siempre que fuera de los dos materiales  más cotizados. Como muchas veces no se podía identificar cual era el verdadero material , lo “raspábamos” contra una piedra  para que dejara ver si era hierro, plomo,  zinc, etc., que desechábamos.
                    Igualmente, después de fuertes temporales ,era visita obligada, una vez llegada la calma , recorrer la orilla de la playa desde el Muellito hasta acabar en el Cabezo con la esperanza de encontrar trozos de alambres de pesca que en aquella época, era frecuentemente de latón ya que el nylón aún no estaba inventado, al menos para nosotros., también restos de barcos o cualquier tipo de  objetos del preciado metal que las fuertes olas hubieran llevado hasta la orilla.
                   Generalmente el Cabezo, era una fuente generosa de  posibles hallazgos pues, entre las piedras, se quedaban enredados alambres, trozos de chapas de viejos naufragios y  a veces,  largos trozos  de hilo de pescar enrollados entre algas o en algún palo. Así, a lo largo de todo el año, ibas recopilando todo  el metal que fuera amarillo o cobrizo hasta pasado el verano en que de nuevo apareciera el famoso “hombre del saco” que, en una balanza de dos platos cogidos con unas viejas y sucias cuerdas atadas a los extremos del brazo  del fiel, colocaba tu preciada mercancía y en otro plato unas pesas de hierro  equilibrando el peso y sin esperar a que la balanza estuviera del todo parada, ya te daba el total del peso, escamoteándote  bastantes gramos que tu tratabas de recuperar pidiéndole unas monedas más de lo que él te ofrecía, y casi siempre te daba, prueba fehaciente del engaño hecho en la pesada.
                 Nunca era gran cosa el fruto de la recogida metalúrgica, porque conseguir un par de kilos, era ardua tarea, puesto que había mucha competencia,  pero lo obtenido, era de gran satisfacción pues  formaba parte de tu esfuerzo,  además,  durante los momentos que dedicabas a su búsqueda, era motivo de  juego  y diversión. 
    
                 En realidad  las fiestas patronales para la chiquillería se limitaba a las cuatro chucherías que podías comprar en los puestos, los cohetes y el ambiente festivo que reinaba por doquier. Que recuerde no venia ningún carricoche en que subirse, ni una pequeña noria, balancín  o carrusel de caballitos  que en aquellos tiempos era lo único que existía. Como mucho tenias el cine  y el partido de fútbol del C.D. San Andrés con algún equipo  rival  venido especialmente para ese día. Recuerdo que en el campo de fútbol del Cabezo, la gente se ponía generalmente en la parte de la carretera de Igueste porque en el lado del mar, si te descuidabas ,cuando subía la marea, podías quedar empapado por una ola y no digamos si la marea estaba mala, entonces, las olas, llegaban hasta el mismo  terreno  de juego, encharcándolo.
                   Para animar al equipo habían diversos cánticos  que toda la afición gritaba hasta desgañitarse--¡¡¡”Riqui, raca, zumba ,raca , bim, bom, ba, San Andrés, San Andrés, Ra,ra, ra”!!!   Otras veces se remataba con ¡¡….”Y nadie más” !!---  Otro cántico  habitual pero más melodioso era: ---“Ahí viene el San Andrés, con sus cinco delanteros, los dos medios y tres defensas y  Saborín   de portero” ---. Añadiéndole a continuación el--- ¡¡¡Riqui, raca, zumba, raca,….!!!--- (En  aquellos años  el portero se llamaba Saborín  o algo así).  Lástima que no pueda transcribir la melodía, pero seguro que habrá alguien en el pueblo que la recuerde.
                  En  esos días  venían  gente de los barrios vecinos, Igueste, Valleseco, Bufadero, María Jiménez, etc.  invitados por familiares  y amigos  o simplemente devotos del Santo llenando las calles de forasteros que iban y venían  con una animación  nada habitual al resto del año.  Los bares y cafetines estaban llenos durante todo  el día y de ellos salían a veces sonidos de guitarras y timplillos con aires de isas, folías, boleros y rancheras cantadas con  voz aguardentosa  y titubeante como efecto de las muchas “perras” de vino y licores consumidos. De tanto en tanto veías alguno, ya con exceso de efluvios alcohólicos, dando tumbos  y trompicones, dirigiéndose hacia la playa del Muellito  para, entre las barcas varadas o sobre ellas, caer como fardos, vencidos por la borrachera, a dormir plácidamente tan gustosa “melopea”.
                  Remataba  las escasas actividades festivas un--- “GRAN BAILE , AMENIZADO POR LA FAMOSA Y POPULAR ORQUESTA :  RENÉ y sus Muchachos --- Aunque siempre venia la misma, ni que decir tiene, que no se sabía el nombre de la orquesta, hasta que no sonaba el primer pasodoble, pues no se editaban carteles anunciadores de los festejos, como mucho, a la entrada de la “Sociedad”  o del cine, se colocaba una pizarra anunciando el baile y su horario nocturno.
                     Después de la cena, tanto los chicos, pero sobre todo las chicas, para tan señalada ocasión, se ponían los trajes estrenados durante las fiestas para lo  que habían estado ahorrando  durante el año. Con sus mejores galas,  las jóvenes y  más mayores parejas, acudían alegres y animosos al baile a los que se añadían la juventud soltera  con el ánimo de divertirse y  de paso  la esperanza de conseguir con  el chico o chica  que le gustaba y durante el año no se atrevíó,  intentar una aproximación. El baile era ocasión propicia para ese acercamiento  porque, en aquellos años, no se había inventando el “rock and roll”,  ni el” hip- hop”, “breakdance” , “funk”, ”bakalao”, ”hardcore”….. y un largo etc. de bailes casi tribales. Lo único que se bailaba suelto era el “Tiroliro”, la “Raspa” y la “Conga”, todo lo demás, eran boleros, pasodobles,  tangos,  valses y lo más americanizado era el fox y su hermano musical el fox-trot,  que se bailaba más rápido.
                    La Orquesta tocaba un amplio repertorio de las canciones que habían hecho conocidas las estrellas de aquellos años:  Bonet de San Pedro, Jorge Sepúlveda, Los Huaracheros,  Jorge Negrete, Carlos Gardel y sobre todo, el  melodioso  y  gran cantante Antonio Machín recién venido de América que, en nuestra tierra, tuvo siempre sus mayores éxitos. Había una larga lista de canciones muy populares en esos años: “Rascayú”, “La vaca lechera”, ”La casita de papel”, “¡Qué lindo está Santa Cruz!,”  “Angelitos negros”, “Santa Marta tiene tren”, “Se va el caimán”, “María Cristina me quiere gobernar”,……y muchas, muchas canciones más, que haría la lista interminable, sin contar todo el repertorio de música ranchera e hispanoamericana por la que siempre,  Canarias, ha tenido especial predilección.
              De lo que ocurría dentro de “La Sociedad”  o el cine poco puedo contar porque, por edad, no tenía acceso  al baile y menos por la noche, si recuerdo el sonido de la música que desde mi casa se oia con claridad porque estaba casi pared con pared de La Sociedad, entonces situada en la Muralla un poco más arriba de “La Cucharita” y antes de llegar a los antiguos comedores  del cuartel de artillería. Lo que si  sabia al día siguiente, por los comentarios de mis hermanos, era de una o dos peleas que siempre había, como consecuencias de algún forastero con unas copas de más, con algún novio celoso de San Andrés.

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